Dijeron de él que era banalmente sufrido, que se había inventado un disfraz de pathos para padecer, incluso, sus alegrías, que se mentía a sí mismo y engañaba a los demás, pues su único fin era el aplauso, y para condenarlo, sepultarlo, le tiraron encima el nombre de Jorge Luis Borges, de quien había escrito en 1986: “Cuando lo conocí personalmente, supimos conversar de Platón y de Heráclito de Efeso, con el pretexto de vicisitudes porteñas. Más tarde, ásperamente la política nos alejó..... Sigue leyendo
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