domingo, 24 de mayo de 2009

Otra ves puntual... Armando de la Torre

Armando de la Torre, en Siglo XXI de hoy; con su estilo poetico, directo... vuelve a poner el dedo en la llaga... ojala no solo seamos "llamarada de tusas"; por cierto; ¿cuando estaran disponibles, las pruebas materiales que hablo Rodrigo Rosenberg?... ya va siendo hora de mostrarlas. Les reproduzco la columna Mi esquina Socratica aludida:



PATRIOTAS DE DÍAS NUBLADOS

Armando de la Torre
adelatorre@sigloxxi.com

El choque del presente es entre dos lados de una misma naturaleza humana: la decencia y la desvergüenza.

Se trata de un enérgico regreso al espíritu de patriotas en días marchitos. Rosenberg lo confirma con su muerte.

En primer lugar, destaca entre ellos la figura de Rodrigo Rosenberg.
En el segundo, nos son héroes en estos días nublados los jóvenes espléndidos que han organizado las manifestaciones de los últimos días sin apenas recursos y en su escaso tiempo libre de verdaderos estudiantes.
En el tercero, esa gran mayoría silenciosa de los guatemaltecos que trabaja disciplinadamente, cumple con sus contratos, cuida de sus hijos y no se vende por una bolsa de esa “cohesión” social que Doña Sandra regala a discreción suya, con el dinero nuestro.
En el cuarto, los medios escritos y radiales masivos de comunicación, que han mantenido a la población informada y que no han sido parte del silencio cómplice que le compraron los diputados al monopolista de la televisión abierta, Ángel González, el día que le redujeron sus impuestos.
En el quinto, todos aquellos que han hecho pública su indignación, movidos por el hambre y la sed de justicia que algún día, espero, les serán saciadas, a pesar de las bravuconadas y provocaciones del Presidente y su esposa.
Pero que no esperen un gesto digno de entre los conductores de Banrural señalados por Rodrigo, ni tampoco del Procurador General de la Nación, ni de los diputados de la UNE, cuanto menos del Presidente del Congreso, y se evitarán así desengaños ulteriores.
El choque del presente no es entre clases sociales, ni de partidos políticos, ni de ideologías, ni de grupos de presión. Es un choque, llanamente, entre dos lados de una misma naturaleza humana: la decencia más elemental y la desvergüenza más descarada. A esto nos ha acostumbrado la “democracia” electorera y su cauda habitual: gobiernos ineptos, voraces y clientelistas, según el triste dicho “el tiburón se empapa pero salpica”…
Es un fenómeno casi universal, porque así se transparenta la condición humana cada vez que queda expuesta a incentivos perversos como los que entierra la mayor parte de las legislaciones vigentes.
La dimensión ética en la vida pública la hemos sepultado de hecho entre todos de la mano de innumerables Maquiavelos. También en las iglesias, en los sindicatos, en los gremios empresariales, profesionales y académicos.
Eso se ha revelado en las diferentes vivencias históricas del “Terror”, el inquisitorial, el jacobino, el anarquista, el de los socialistas de izquierda y derecha, o el de los cárteles de los vicios...
¿Cuándo aprenderemos que la conducta individual responde a las reglas que previamente hubiéremos internalizado? ¿Cuándo aceptaremos que ciertas virtudes como las que necesitamos para respetar el derecho ajeno, tales la veracidad, la honradez y el control de sí mismo, también en la vida pública tienen su peso decisivo?
Por “patria” entendieron los romanos la fidelidad a la herencia de sus padres. Por ella, dulce et decorum est propatria mori, dulce y hermoso es morir por la patria.
En el mundo globalizado y mestizo de hoy el concepto se ha transformado: “patria” es más bien lo que habremos de mejorar en nuestra herencia antes de pasarla a nuestros hijos.
Las personas decentes construyen patria; las desvergonzadas la destruyen.
El poder coactivo que tiende a depravarnos seduce al corto plazo, o no contaríamos con tantos depravados en la vida política.
La voluntad de servir, en cambio, al largo plazo ennoblece, o no serían los íntegros tan inspiradores.
A finales del año 1776 la causa de la independencia de las colonias inglesas en América parecía perdida. Un expatriado, Thomas Paine, arremetió por escrito contra los sunshine patriots, aquellos que se dicen “patriotas” sólo cuando brilla el sol. A sus palabras, los ánimos decaídos de los independentistas reaccionaron, y reanudaron su lucha de días nublados hasta la victoria.
Aquí se trata ahora de un enérgico regreso a ese espíritu de patriotas en días marchitos.
Rodrigo Rosenberg nos lo acaba de confirmar con su muerte.

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